A punto de cerrar 2024, los indicadores económicos parecen dejarnos una estampa más optimista de lo que esperábamos a inicios de este año. El crecimiento global, aún con matices regionales como es el caso de Europa, ha superado las previsiones más conservadoras, y las cifras del desempleo se han mantenido contenidas en la mayor parte de los grandes países, regiones y mercados.
Pero esta aparente bonanza, alimentada en gran parte por el empuje del sector tecnológico y el dinamismo del comercio digital, contrasta con señales de alerta para 2025. Y es que el éxito del presente no garantiza un futuro exento de importantes desafíos.
En el tránsito hacia el nuevo año, la desconexión entre los mercados financieros y la economía real es una inquietud persistente que se ha visto muy reflejada como las economías de los países han ido bien pero la percepción de la población es la contraria…
Por otro lado las principales bolsas han experimentado un alza significativa: las valoraciones están alcanzado máximos históricos, muy especialmente en las bolsas de Estados Unidos, nutridas de una liquidez global aún abundante, de tipos de interés en descenso y de la expectativa de que la innovación tecnológica generará mucho más valor en el futuro.
Sin embargo, como decíamos el hombre o la mujer de a pie no siempre perciben este crecimiento en su vida cotidiana. El “efecto riqueza” no se ha filtrado con la claridad esperada a las clases medias, que siguen luchando contra el encarecimiento de la vivienda, el alto precio de la cesta básica de productos, la falta de perspectivas de mejoras laborales y un aumento acorde de los bajos salarios.
Esta distancia entre la exuberancia de los mercados y la modesta realidad de las familias promedio plantea un enorme reto de gobernanza social, económica y de comunicación por parte de las autoridades a riesgo de un mayor crecimiento de los populismos.
De cara a 2025, la pregunta no es si la economía crecerá, sino cómo hacerlo de manera equitativa, resiliente y alineada con las nuevas lógicas del mercado. La adopción de tecnologías emergentes —como la inteligencia artificial, el blockchain y las plataformas financieras descentralizadas— está redefiniendo las dinámicas de inversión, la configuración de las cadenas de valor y el rol de los intermediarios.
Esta disrupción tecnológica, además de impulsar la eficiencia, plantea nuevos interrogantes que van unidos a cambios globales de las relaciones comerciales debido a la irrupción de nuevos gobiernos, con carices más populistas, menos globalizantes y más libertarios con la máxima intención en la eliminación de poderes internos y burocracias de los gobiernos, como parece puede pasar con la nueva administración Trump.
Un pregunta que recorre muchas mentes es: ¿se mantendrá la relevancia de las instituciones tradicionales como las conocemos hoy, los equilibrios de poder y las sociedades actuales tendrán la importancia y el peso que deben tener o veremos el auge de sistemas paralelos, potencialmente más volátiles e incontrolables para la economía y los mercados?
El gran cambio que ha supuesto la irrupción de la IA supone una importante reconversión del concepto tecnología con el big data y el análisis predictivo, la gran democratización al acceso al conocimiento, una clara y revolucionaria mejora de la productividad en la gran mayoría de tareas cotidianas que tendrán su impacto en la automatización de procesos con la, seguramente, mejora en la sostenibilidad, la aparición de nuevos modelos como las finanzas descentralizadas pero que tienen elevados riesgos en ciberseguridad, impactos regulatorios y hacer una sociedad que en algún momento se podrá considerar de adictiva a estos nuevos modelos tecnológicos y quizás menos libre.
La senda hacia 2025 exige un ajuste fino: la lección más clara que deja 2024 es que un buen cierre de ejercicio económico o unos buenos rendimientos bursátiles no significa una garantía de estabilidad a largo plazo y de sociedades más justas y felices.
La prudencia aconseja no dejarse encandilar exclusivamente por las subidas bursátiles, sino observar con atención la economía real, atendiendo las necesidades de la población y la salud de las estructuras productivas.
Al mismo tiempo, es imperativo abrazar la transformación tecnológica, fundamental y necesaria para avanzar hacia el futuro con un espíritu crítico y responsable, consciente de que las oportunidades y riesgos de este nuevo entorno exigen más que nunca una mirada integral para quizás no caer en la dictadura de las corporaciones, la concentración del conocimiento y el poder, aunque parece que de un tiempo hacía aquí, ya existen compañías que son más grandes que muchos países y economías mundiales.
Si bien no resulta sencillo anticipar el desenlace de estas dinámicas, sí parece claro que la dirección que tomen las políticas regulatorias, la capacidad de respuesta de las instituciones financieras, y la voluntad de los líderes para vincular la prosperidad de los mercados con el bienestar de la sociedad serán factores decisivos.
Las lecciones de 2024 están sobre la mesa, y el reto para 2025 es no repetir los errores del pasado, aprovechando las nuevas herramientas tecnológicas para democratizar el crecimiento, reducir las brechas y construir un sistema económico sostenible, humano y responsable.